BLOQUE 2 Textos folclóricos. Selección y adaptación
EL
ABRIGO DE LAS MIL PIELES
Hoy
es el día que os quiero relatar una historia que me contó mi
profesora cuando yo tenía vuestra edad, y a ella se la contó su
profesor cuando tenía también vuestra edad, y a ese profesor se la
contó otra profesora que a su vez esta fue contada anteriormente por
otra y otra y otra y otra... desde no se sabe cuando.
Esta
historia es muy, muy, muy, pero que muy vieja. Es una historia
preciosa que aún perdura en el tiempo, contada de boca a boca, pero
por ello no menos cierta.
Todo
pasó hace muchos años, en una época muy distinta a esta. No
existía la tecnología que hoy día tenemos, no había coches, ni
televisión, ni siquiera electricidad... Las ciudades que hoy día
conocemos no existían como tal. La gente vivía en el campo y
algunos dentro de las murallas del castillo, como es el caso de
nuestros protagonistas.
Ellos
eran los dueños de unas tierras más que hermosas, eran dueños del
reino de las mil y una maravillas. En el centro de este reino se
alzaba el castillo más hermoso y grande de todos los reinos. Tanto
es así que muchos viajaban desde muy lejos para contemplar lo
maravilloso que era.
En
este hermoso y gran castillo es donde vivían nuestros protagonistas,
quienes eran dueños de todas las tierras y eran responsables de todo
lo que pasara en su reino. ¿De quién creéis que se trata? ¿Quiénes
serán estas personas tan poderosas que tienen un reino entero?
Muy
bien, en concreto hablamos del rey Pablo y la reina Marina. Los amos
del reino de las mil y una maravillas. ¿Y cómo os los imagináis?
Pablo
era un rey muy apuesto y elegante. Muy coqueto en su forma de vestir,
no llevaba nada que no estuviera hecho a su medida y le encantaban
las joyas que adornaban todo su cuerpo. Pablo era un rey muy bueno y
amable, aunque no siempre podía hacer lo que quería por el bien de
las personas del reino. Pablo era un hombre alto, con el pelo
castaño, una barba grande y mucho pelo en el cuerpo, ojos azules
como el cielo en los día claros y una barriga pronunciada puesto que
le gustaba mucho comer aquellas piezas que cazaba en sus bosques.
Pablo, a pesar de ser un hombre muy bueno y correcto con los de su
alrededor, tenía una gran debilidad por la persona que más amaba en
este mundo, una mujer que ocupaba casi la mayor parte de sus
pensamientos, la mujer más hermosa para sus ojos, ¿Quién creéis
que era esta mujer?
Efectivamente,
la reina Marina. Que decir de ella... La mujer más hermosa de todos
los reinos, por dentro y por fuera. Tenía el pelo corto de color
rojizo y muy rizado. Marina era todo amor. Era una persona muy
respetada y querida por todos. Una amante de la cultura y las artes.
Le encantaba leer y escribir, por ello poseía la librería más
grande jamás construida en el mundo. A diferencia del rey Pablo,
Marina no era tan coqueta con sus atuendos y aspecto físico.
Prefería gastar más dinero en sus libros y cuadros que en bellos
ropajes y joyas. Ella siempre decía que para demostrar la belleza de
una persona no hacían falta hermosos vestidos ni joyas, ya que
sirven para despistar. La verdadera belleza de las personas está en
el interior de cada una de ellas.
Así
pues, Pablo y Marina eran muy, muy, pero que muy felices en su reino.
Tanto es así que esa felicidad se respiraba en todas las personas y
rincones del reino. De toda esa pasión y amor que se tenían Pablo y
Marina comenzó a crecer una vida nueva en el vientre de Marina.
¿Quién creéis que era?
Muy
bien ¿Un hijo o una hija? En este caso sería una niña que más
tarde se convertiría en una princesa.
Nueve
meses más tarde llego el día tan ansiado por todos los habitantes
del reino. La reina se puso de parto y nació la princesa. La
llamaron Libertad. Pero no todo fue de color de rosas, algo debió de
pasar después del parto y la reina no se encontraba bien, perdió
mucha sangre y carecían de medios para ayudarla. Pablo, muy
preocupado, hizo llamar a todos los curanderos, médicos y brujos de
los reinos pero nadie pudo conseguir que la reina mejorara. Probó
todo lo habido y por haber para sanarla, removió cielo y tierra en
busca de una cura para su amada esposa, pero nada pudo hacer.
Dicen
que fue una noche oscura, la noche más oscura que jamas se ha visto
nunca en la faz de la tierra, cuando la reina hizo llamar al rey
Pablo a sus aposentos. La reina Marina yacía en la cama tapada con
muchas mantas y sin fuerza alguna.
-
Pablo, amado mio – dijo Marina con el poco aliento que le quedaba –
Una vida se va para dar comienzo a otra.
- No
digas eso, te pondrás bien – chillo Pablo entre lágrimas- verás
como en unos días gozarás de buena salud otra vez junto a nuestra
hija.
- No
lo dudes amor mio- susurró la reina entre lágrimas- Lo haré,
siempre estaré presente en vuestras vidas pero no en cuerpo, sino en
vuestros corazones y mentes. Solo te voy a pedir dos favores antes de
marchar.
-
¡Lo que desees amor mío!- exclamó el rey Pablo.
- El
primero es que seas tan feliz como lo hemos sido juntos. Si conoces a
otra mujer, que sea más hermosa por dentro de lo que aparenta por
fuera. El segundo es que cuides de nuestra querida hija como has
cuidado de mí. Con todo el amor, cariño, comprensión y respeto que
nos hemos tenido durante todos estos maravillosos años. Que le
hables de mí y cuando llegue el momento oportuno le regales estos
tres objetos.
¿Qué
creéis que le regalo la reina a su amado rey?
En
primer lugar le dio una cadena de oro muy fina. De esas que se ponen
al cuello, solo que de esta colgaba una llave muy pequeña.
El
segundo objeto era un libro. Pero no cualquier libro. Era el libro
personal de Marina, una especie de diario donde expresaba todos sus
sentimiento y vivencias hasta sus últimos días. Todo su ser metido
en un libro.
El
tercero fue una peineta preciosa, con detalles de plata y oro, en la
que se podía ver claramente un nombre escrito: Marina.
Los
años pasaron, las hojas de los árboles miles y miles de veces
cayeron y las nubes negras fueron alejándose del reino de las mil y
una maravillas. Pablo cumplió su promesa y fue un padre ejemplar que
cuidó de Libertad como a nadie en este mundo. Libertad gozo de todo
el amor y cariño, y así es como se fue convirtiendo en una mujer
más bella y hermosa que su madre. Tanto por dentro como por fuera.
Libertad
lucía un precioso cabello largo de color rojizo como su madre y ojos
azules como su padre. Era una chica alta y muy inteligente, a todas
horas rodeada de libros. Su padre siempre le hablaba de su madre, lo
mucho que se parecía a ella y, sobre todo, la pasión que había
heredado por los libros y esa sed de conocimiento insaciable que
caracterizaba a las dos damas mas bellas del mundo. Al contrario de
su madre, a Libertad le gustaban las joyas y los vestidos preciosos.
Estos gustos los había heredado de su padre el rey Pablo.
El
tiempo pasó y las hojas de los árboles miles y miles de veces
brotaron. Pablo se volvió a enamorar de una reina llamada Zintia y
su pelo, poco a poco, se fue volviendo gris. La vida en el palacio
era inmejorable, tal es así que una nueva vida comenzó a brotar
dentro del vientre de la nueva reina Zintia. Libertad estaba
encantada de poder tener otro hermano junto con Zintia, que tanto
amor y cariño le aportaba.
Un
día el rey Pablo se reunió con su hija para hablar de su futuro.
-
Hija mía, ¡Cómo has crecido! Parece ayer cuando viniste al mundo
y... ¡Mírate ahora! Eres una mujer echa y derecha, la bella imagen
de tu madre. Hoy es el día en que cumples 16 años, el día en el
que tu madre y yo te hubiéramos hecho un regalo especial. Antes del
trágico fallecimiento de nuestra amada Marina le prometí que te
protegería, te amaría y te ofrecería los regalos que ella me dio
para entregártelos en un momento especial. Hoy es el día en que te
entrego esta peineta que perteneció a tu madre.
Libertad
se echó a llorar de la emoción, una tristeza y felicidad inundaban
sus pensamientos. Sin pensárselo dos veces se soltó la melena y se
colocó la peineta haciéndose un moño digno de la princesa más
bella de todos los reinos.
-
Mírate, que guapa – dijo el rey mientras se le escapaba una
lágrima- la mujer más hermosa del planeta... y es mi hija.
Agraciado será el hombre que se case contigo como lo fui yo con tu
madre. Deberíamos comenzar los preparativos para que un día te
cases con un apuesto príncipe y seas feliz en su reino.
Libertad
se sorprendió ante las palabras de su padre. ¿Casarse? ¿Por
obligación? ¿Con un desconocido? ¿Como en aquellos libros de amor
donde la princesa es sometida a una elección sin conocer al
príncipe? ¿Como si el amor surgiera de un día a otro? ¿Y además
dejar el castillo? ¡NO! Libertad se negó rotundamente.
-
Pero vida mía, no hay más elección que esta – le dijo el rey
Pablo- Es la tradición. El príncipe te escogerá a ti y tú
deberás corresponderle.
Libertad
se negó una y otra vez, pero su padre el rey Pablo, a pesar del
dolor que le producía, no le dejo opción. Debía cumplir con la
tradición y con su obligación como princesa.
Así
es como Libertad, en un momento de desesperación y por no
desobedecer a su padre, asintió con la cabeza mientras maquinaba una
misión imposible. Por lo menos hasta que encontrara a su amor
verdadero.
-
Bien padre, obedeceré y cumpliré mis obligaciones siempre y cuando
cumplas con las tuyas. Quiero que me prometas que cumplirás mis tres
deseos para poder cumplir con mis obligaciones y ser la reina
perfecta de todos los reinos.
-
Tus deseos son órdenes, mi amor – dijo el rey.
-
Bien. En primer lugar, quiero y deseo el libro más preciado del
mundo. Un libro inédito, es decir, un libro que jamas se ha
publicado. Escrito por la mujer más grandiosa sobre la faz de la
tierra. Que esté escrito con tanta pasión que me llene de alegría
y a su vez rompa a llorar por cada palabra que lea.
El
rey Pablo se quedó sin palabras ante tal petición de su hija, pero
en cuestión de unos minutos, una sonrisa de oreja a oreja iluminó
su cara. El rey salió corriendo y volvió con una bolsa entre sus
manos entregándosela a su hija. Libertad, sorprendida, metió la
mano en la bolsa y sacó un libro. Un libro que parecía sacado de un
cuento de hadas. Con las portadas de madera maciza, filigranas de oro
y con unas letras de plata donde se leía claramente el mismo nombre
que brillaba en su peineta: Marina.
Libertad
no supo qué decir. Estaba totalmente sorprendida ante la risa
deslumbrante de su padre y el brillo que desprendía aquel libro que
cumplía al cien por cien su deseo más profundo. Nunca pensó que su
padre pudiera acertar en tal deseo en cuestión de unos minutos.
-Bien
hija ¿cuál es tu segundo deseo?
-
Yo...yo... yo... - tartamudeó Libertad – yo deseo que busques la
llave que abra mi corazón, padre.
Fue
entonces cuando los ojos de Pablo se iluminaron y su sonrisa se
volvió tan grande que pareció salir un brillo deslumbrante. El rey
Pablo metió la mano en su bolsillo izquierdo y la sacó con el puño
bien cerrado. Su mano temblaba de nerviosismo y más aún la mano de
Libertad cuando comenzó a abrir el puño de su padre; empezando
desde el pulgar, siguiendo por el índice, corazón, anular y
meñique. ¿Qué creéis que encontró?
La
cadena de oro fina con la llave que su madre le dejó antes de su
fallecimiento. Libertad no se dio cuenta, pero el libro tenía un
pequeño cerrojo. Ese cerrojo solo se podía abrir con la llave que
ahora colgaba de su cuello.
-Bien
hija mía. Como ya te dije, tus deseos son órdenes y creo que los he
cumplido todos a la perfección. ¿Cuál es tu último deseo?
Libertad
estaba exhausta. Nunca pensó que tales cosas podrían existir porque
nunca supo de su existencia. Pero su padre había cumplido sus
primeros dos deseos. Y bien cumplidos. ¿Tendría que casarse con un
desconocido? ¿Sin que ella lo quisiera? De ningún modo podía
permitir eso.
-
Bien. Mi último deseo, padre, es que me hagas un abrigo con las
pieles de todos los animales del mundo.
Fue
en ese preciso instante cuando al rey Pablo se le borró
definitivamente la sonrisa de la cara, terminando el momento mágico
que él estaba viviendo. Frunció el ceño y se fue diciendo aquellas
palabras que se le quedaron grabadas por siempre a Libertad.
-
Tus deseos son órdenes.
Libertad
intentó respirar ante tantas emociones que no podía llegar a
asimilar. Sin pensarlo dos veces corrió a su habitación y se
encerró allí para leer el diario que su madre escribió. No salió
de su habitación en semanas, ni si quiera para comer. La nueva reina
Zintia fue la que le llevaba la comida puesto que el rey Pablo estaba
demasiado ocupado en organizar y conseguir todo tipo de pieles para
el abrigo de su querida hija. Tanto fue la obsesión del rey, que no
se sabía si lo hacia por el deseo de su propia hija, por cabezonería
o por la boda.
Fue
un largo año de espera. Libertad estaba jugando con su nuevo
hermano, Eduardo, cuando el rey Pablo llegó con esa sonrisa de oreja
a oreja y una especie de manta enorme de diferentes pieles.
- Me
costó pero aquí lo tienes, vida mía.
Libertad
no supo qué decir. No sabía si huir corriendo o fingir alegría. Su
padre enseguida le empezó a hablar de los preparativos de la boda,
los príncipes que había elegido, etc.
Libertad
no pudo pegar ojo esa noche. ¿Cómo le podía su propio padre
obligar a casarse con un desconocido? No veía otra opción y decidió
escapar esa misma noche. Cogió un saco de cuero, metió dentro los
tres vestidos
más hermosos, el libro, la
peineta y la cadena con
la llave.
Se puso el abrigo de todo tipo de pieles tapando su rostro con la
enorme
capucha y se alejó
del castillo por las zonas más oscuras para que nadie la viera.
Cuanto más lejos estaba, más ganas de llorar tenía. Su hermano
querido, su madre, todos sus recuerdos se quedaban atrás, pero la
decisión ya estaba tomada. Jamás volvería al castillo.
Tras varios días de
marcha sin descansar por el miedo a que la descubrieran, decidió
viajar de noche y dormir de día. Así estuvo bagando por los bosques
durante semanas, comiendo lo que encontraba y bebiendo de charcos y
riachuelos. Libertad perdió la noción del tiempo, no sabía muy
bien donde estaba, se encontraba muy débil y sobre todo cansada, muy
cansada. Por suerte encontró un olivo enorme cuyo tronco tenía un
gran agujero en medio. Como estaba amaneciendo decidió que lo más
seguro sería descansar allí dentro.
De
repente unos ladridos la despertaron. Cada vez los oía más y más
cerca. Libertad decidió no moverse. ¿Podrían ser los guardias del
castillo que venían a buscarla? Sin darse cuenta tenía a los perros
encima ladrando muy fuerte. Uno de ellos saltó y consiguió morder
una esquina del abrigo, y comenzó a tirar de el. Libertad comenzó a
asustarse mucho y pidió auxilio a grito limpio.
Unos
hombres con escopetas se acercaron y apartaron a todos los perros.
Eran los dueños de los perros, que habían salido a cazar. Ayudaron
a Libertad a salir de aquel agujero sorprendidos de haberse
encontrado a aquella muchacha cubierta de pieles en el bosque.
Un
joven apuesto se acercó a caballo hasta donde estaba Libertad
cubierta con su abrigo.
-
¿Qué sucede aquí? Preguntó el apuesto joven.
-
Señor, los perros apresaron a una muchacha que esta cubierta de
pieles. Parece que está mal nutrida y, como puedes, ver está llena
de barro.
- Y
que hacéis ahí parados. No veis que necesita ayuda. Llevarla al
castillo y allí le buscaremos algún oficio para pueda ganarse la
vida.
Libertad
no dijo nada. Una vez en el castillo, le ofrecieron todo lo necesario
para que se aseara, una habitación donde solo entraba la cama y un
oficio como ayudante de cocina en el castillo.
Libertad
nunca rebeló su identidad a nadie. Es más, nunca se quitaba el
abrigo de las mil pieles, ni la capucha que cubría su rostro, lo que
le dio el nombre en palacio; la llamaban la chica del abrigo de
pieles. Sus días transcurrieron con toda normalidad. Poco a poco,
comenzó a aprender a pelar patatas, a despiezar la carne, limpiar
todos los utensilios de la cocina... Con el tiempo se ganó la
amabilidad y el respeto de todos las personas de la cocina. Había
días, incluso, que el cocinero le enseñaba a cocinar para los
reyes.
Un
buen día, Libertad salió a rellenar las vasijas de agua al patio.
Sin darse cuenta, un hombre se le acercó, al girarse chocó con él
y se le resbaló la vasija mojándole todos los pies.
-
Perdóneme señor – exclamo Libertad sin alzar la mirada del suelo
- No
pasa nada chica del abrigo. Veo que le va bien en sus nuevas tareas
encomendadas ¿no es así?
El
caso es que aquella voz le era conocida. Libertad intrigada se agachó
a coger la vasija y aprovechó para ver de reojo a aquel hombre. Era
un hombre joven, fornido, muy guapo, de piel morena, unos ojos verdes
como la hierba de primavera y el pelo castaño oscuro. Llevaba unos
ropajes fuera de lo común, muy elegantes.
-Veo
que a pesar de llevar el rostro tapado con esa capucha, eres una
chica de pocas palabras. ¿La estancia aquí es de su agrado? ¿Quién
diría que aquella chica que encontramos perdida se ganaría tan
rápido el respeto de todos los de la cocina? Muy bien, sigue así.
-
Si, si, si gra..gracias señor- tartamudeo Libertad del nerviosismo.
Aquel hombre tan apuesto fue quien la rescató de vagar por los
bosques ¿Pero quién era?
Cuando
entró a la cocina, Libertad le contó todo al cocinero. Éste no
paró de reírse, diciéndole que aquel apuesto hombre era el
príncipe. El príncipe de hoy y el futuro rey del reino. Desde aquel
día Libertad no dejó de escuchar su voz por los pasillos, de vez en
cuando le observaba pasear por los jardines incluso llegó a soñar
con él.
Un
buen día, mientras Libertad limpiaba en la cocina, entró uno de los
consejeros del rey junto al jefe de cocina. Comenzaron a apuntar todo
lo que había y no había en la cocina, venga a hablar de un baile,
de que no podía faltar de nada, que todo debía de estar perfecto...
Cuando el consejero se marchó, el jefe de cocina nos anuncio la
llegada del baile real. Un baile que se celebraría en el castillo
para que el príncipe escogiera a su princesa. Un baile que duraría
tres largos días, donde no podía faltar de nada.
Libertad
se apresuró y comenzó a trabajar junto a todos sus compañeros,
para que todo saliera perfecto. Al caer la noche siempre recordaba a
aquel hombre, el príncipe, y deseaba participar en el baile, bailar
con él, pero ¿Cómo podría hacerlo?
Llegó
el día y todo el castillo estaba preparado para acoger a todos y
todas las personas que acudieron de otros reinos al maravilloso baile
real. Todo el mundo estaba contento y de fiesta. La paz reinaba en el
castillo aunque, en la cocina, no paraban de trabajar. Cuando
terminaron de cocinar todo, Libertad le suplicó al cocinero que por
favor le dejara acudir al baile solo por un tiempo para ver como era.
El jefe de la cocina no se pudo negar, pero solo con una condición,
que regresara pronto para terminar y servir el caldo a su príncipe
como cada noche.
Así
es como Libertad, emocionada, corrió a su habitación, se desprendió
de aquel abrigo y se puso uno de los vestidos más preciosos que
tenía. Se recogió el pelo y se hizo uno de los recogidos más
bonitos que jamás se habían visto. Acabó adornando su peinado con
la peineta de su madre. Con un vestido plateado que le quedaba como
anillo al dedo, parecía una autentica princesa. Cuando llegó al
baile nadie la reconoció, eso sí, todo el mundo la miraba de lo
bella y hermosa que estaba. Libertad buscó al príncipe pero no lo
encontró. Estaría demasiado ocupado entre tantas damas que querían
bailar con él. De repente noto una presencia detrás.
- Me
concedería este baile preciosa dama.
¡Era
él! ¡El príncipe le había pedido un baile! Así es como empezaron
a bailar y bailar en aquel salón tan grande, abarrotado de gente,
pero a su vez pequeño y muy íntimo. Se olvidaron de todo lo que les
rodeaba. Fue algo increíble, maravilloso. Libertad no recordó
haberse divertido tanto nunca. Pero, como todo lo bueno, el baile
terminó. Libertad le prometió al cocinero que no tardaría, debía
estar en la cocina antes del toque de queda.
Sin
decir palabra Libertad se escabullo entre la multitud, se echó el
abrigo de mil pieles encima y entró en la cocina. El cocinero,
preocupado, apresuró a la muchacha puesto que tenía que prepararle
el caldo al príncipe. Libertad se dio mucha prisa y preparo el caldo
más rico que jamás se ha cocinado en la faz de la tierra. Aquel día
no solo le puso gran empeño, sino que lo hizo con el mejor
ingrediente de todos: mucho amor.
Una
vez preparado todo, Libertad fue en persona a darle el caldo al
príncipe. Se aseguró de estar bien tapada con el abrigo para que no
le reconociera y así fue. El príncipe le cogió el cazo con el
caldo y se lo tomó muy despacio, saboreando aquel delicioso caldo
que le sabía a gloria, mientras seguía pensando en aquella muchacha
del baile. De repente algo se le quedó en los labios. Era un pelo
rojo muy largo. En un principio el príncipe se enfureció ¡Un pelo
en mi caldo! Pero al ver que era de color rojo, le recordó a aquella
bella muchacha con la que rió y bailó durante toda la noche y todos
los males se esfumaron.
Al
día siguiente se repitió la historia. Libertad le suplicó al
cocinero que por favor le dejara ir al baile. Éste, enfadado por
haber llegado tarde el día anterior, se lo pensó dos veces, pero no
se pudo resistir y le dio otra oportunidad, siempre y cuando no
llegara tarde para repartir el caldo.
Libertad
de nuevo corrió a su habitación. Se soltó aquel cabello de color
rojo, se puso un vestido dorado que desprendía una luz tan
deslumbrante como el sol y se marchó al baile. Nada más entrar al
salón del baile le vio, allí estaba. Apuesto, elegante, desde una
silla mirando a la puerta sin casi pestañear. Sus miradas se
cruzaron a la vez que una sonrisa les iluminaba la cara al unísono.
Como si se tratara de un cuento de princesas, un pasillo se abrió
entre la multitud. El príncipe saltó de la silla y Libertad se
acercó a ella. Esta vez fue Libertad quien le habló.
- Me
concedería este baile, mi señor.
El
príncipe sonrió y con mucha elegancia comenzaron a bailar. Rieron,
charlaron juntos, disfrutaron y así es como de nuevo se le hizo
tarde a Libertad. Sin decir nada se escabulló, se tapó con el
abrigo de las mil pieles y entre los gritos del cocinero comenzó a
preparar mas rápido que nunca aquel maravilloso caldo que preparó
con más amor aún.
Libertad
se apresuró. Subió a los aposentos del príncipe y le entregó el
caldo. El príncipe no dejaba de tararear aquella canción que bailó
con aquella bella e inteligente muchacha. Se sentó y tomó aquel
caldo que aún le supo más rico que el de el día anterior. De
repente, notó algo en el caldo. ¿Una llave?
¿Que
hacía esa llave en su caldo? El príncipe, desconcertado, decidió
bajar a la cocina y, cuando llegó, se encontró a la chica del
abrigo de las pieles a gatas revolviéndolo todo en el suelo de la
cocina.
Pero
antes de que pudiera preguntar nada entró el cocinero desviando la
atención.
-
¿Qué hace usted aquí señor? ¿Necesita algo? ¿No le gustó el
caldo?
-
No, al revés, vine expresamente para felicitarte por ello ¿Quién
lo ha hecho?
- Yo
mismo señor- le aseguró el cocinero.
El
príncipe dudó y le preguntó de nuevo – ¿Es cierto que lo
hiciste tú?- El cocinero asintió con la cabeza y el príncipe le
felicitó nuevamente, volviendo a subir a sus aposentos.
Llegó
el último día del baile y de nuevo Libertad al cocinero suplicó
poder ir al baile. Éste no se pudo negar puesto que los méritos de
haber cocinado el caldo se los había llevado él. Solo que esta vez
fueron dos las condiciones; una que regresara a tiempo y dos que le
preparara un caldo aún más delicioso al futuro rey.
Así
fue como otra vez se vistió con aquel vestido rojo precioso, se puso
un peinado de lo mas espectacular con aquella peineta de envidiar, y
se lanzó a por todas en aquella pista de baile. Libertad no encontró
al príncipe, lo buscó en todas partes pero no lo encontró. ¿Habría
encontrado a otra? Libertad, sin pensárselo dos veces, salió de
aquel salón hacia una terraza que daba al exterior para tomar el
aire y relajarse. De pronto, allí estaba su príncipe, mirando desde
el balcón a la entrada para ver cuando entraba aquella chica
pelirroja. Al verse sonrieron y de nuevo comenzaron a disfrutar y
bailar juntos.
Pero,
como todo lo bueno, duró poco y Libertad se tuvo que volver a
marchar. Pero esta vez el príncipe insistió que se quedara más
tiempo. Libertad no supo como escapar de allí, le había prometido
al cocinero que no tardaría, pero no pudo negarse a un último baile
ante aquel príncipe que ocupaba todas las horas de su mente.
Fue
después de este baile cuando Libertad, con la escusa de tener que ir
al baño, aprovechó para ponerse el abrigo de las mil pieles y la
capucha por encima del vestido y correr a la cocina a preparar el
caldo. El cocinero estaba que echaba humo por las orejas. Libertad
cocinó a toda prisa el caldo y subió a los aposentos del príncipe.
Una
vez allí no encontró a nadie. Entró en la habitación y para su
sorpresa se encontró en la mesa del escritorio un pelo rojo y el
libro de su madre cerrado. Asustada se giró y ¡PUM! !CHOCÓ DE
FRENTE CON EL PRINCIPE! DERRAMANDO TODO EL CALDO A SUS PIÉS.
Libertad,
avergonzada, le pidió mil y una veces perdón, mientras secaba con
el abrigo el caldo derramado. Para el asombro de Libertad se escuchó
una gran carcajada.
-
JAJAJAJA... Espero que nunca me dejes de sorprender, pero eso sí
¿Dejarás algún día de mojarme los pies?
El
príncipe le ofreció la mano para levantarse. Libertad se levantó
pero no podía mirarle a la cara. Fue entonces cuando el príncipe le
tocó la barbilla y comenzó a subírsela muy despacio. Libertad
sintió un escalofrío desde los pies hasta la cabeza y sus miradas
se cruzaron. Por un instante pudieron verse tal y como eran por
dentro, a través de esa forma de mirar que solo ellos tenían.
-
¿Puedo? - Le pregunto el príncipe apartando un poco la capucha.
Libertad
se negó. Por un instante tuvo miedo de perder todo aquello que
tenía.
-
Toma, creo que esto te pertenece, al igual que te pertenecen las
cosas que hay en la mesa del escritorio- dijo el príncipe.
Libertad
no se lo pudo creer. Era la llave que había perdido. La llave que
habría su corazón estaba en las manos del príncipe. Fue entonces
cuando Libertad se armó de valor y se quitó el abrigo mostrando
aquel vestido rojo.
Desde
aquel día la sonrisas de aquellos dos tortolitos no dejaron de
iluminar los corazones de todos aquellos que lo veían... Porque
aquel que no lo veía es porque no quería verlo.
Y
colorín colorado, así como os lo he contado, en todos estos tiempos
ha perdurado.