jueves, 14 de enero de 2016

BLOQUE 2 Textos folclóricos. Selección y adaptación


EL ABRIGO DE LAS MIL PIELES

Hoy es el día que os quiero relatar una historia que me contó mi profesora cuando yo tenía vuestra edad, y a ella se la contó su profesor cuando tenía también vuestra edad, y a ese profesor se la contó otra profesora que a su vez esta fue contada anteriormente por otra y otra y otra y otra... desde no se sabe cuando.

Esta historia es muy, muy, muy, pero que muy vieja. Es una historia preciosa que aún perdura en el tiempo, contada de boca a boca, pero por ello no menos cierta.

Todo pasó hace muchos años, en una época muy distinta a esta. No existía la tecnología que hoy día tenemos, no había coches, ni televisión, ni siquiera electricidad... Las ciudades que hoy día conocemos no existían como tal. La gente vivía en el campo y algunos dentro de las murallas del castillo, como es el caso de nuestros protagonistas.

Ellos eran los dueños de unas tierras más que hermosas, eran dueños del reino de las mil y una maravillas. En el centro de este reino se alzaba el castillo más hermoso y grande de todos los reinos. Tanto es así que muchos viajaban desde muy lejos para contemplar lo maravilloso que era.

En este hermoso y gran castillo es donde vivían nuestros protagonistas, quienes eran dueños de todas las tierras y eran responsables de todo lo que pasara en su reino. ¿De quién creéis que se trata? ¿Quiénes serán estas personas tan poderosas que tienen un reino entero?

Muy bien, en concreto hablamos del rey Pablo y la reina Marina. Los amos del reino de las mil y una maravillas. ¿Y cómo os los imagináis?

Pablo era un rey muy apuesto y elegante. Muy coqueto en su forma de vestir, no llevaba nada que no estuviera hecho a su medida y le encantaban las joyas que adornaban todo su cuerpo. Pablo era un rey muy bueno y amable, aunque no siempre podía hacer lo que quería por el bien de las personas del reino. Pablo era un hombre alto, con el pelo castaño, una barba grande y mucho pelo en el cuerpo, ojos azules como el cielo en los día claros y una barriga pronunciada puesto que le gustaba mucho comer aquellas piezas que cazaba en sus bosques. Pablo, a pesar de ser un hombre muy bueno y correcto con los de su alrededor, tenía una gran debilidad por la persona que más amaba en este mundo, una mujer que ocupaba casi la mayor parte de sus pensamientos, la mujer más hermosa para sus ojos, ¿Quién creéis que era esta mujer?

Efectivamente, la reina Marina. Que decir de ella... La mujer más hermosa de todos los reinos, por dentro y por fuera. Tenía el pelo corto de color rojizo y muy rizado. Marina era todo amor. Era una persona muy respetada y querida por todos. Una amante de la cultura y las artes. Le encantaba leer y escribir, por ello poseía la librería más grande jamás construida en el mundo. A diferencia del rey Pablo, Marina no era tan coqueta con sus atuendos y aspecto físico. Prefería gastar más dinero en sus libros y cuadros que en bellos ropajes y joyas. Ella siempre decía que para demostrar la belleza de una persona no hacían falta hermosos vestidos ni joyas, ya que sirven para despistar. La verdadera belleza de las personas está en el interior de cada una de ellas.

Así pues, Pablo y Marina eran muy, muy, pero que muy felices en su reino. Tanto es así que esa felicidad se respiraba en todas las personas y rincones del reino. De toda esa pasión y amor que se tenían Pablo y Marina comenzó a crecer una vida nueva en el vientre de Marina. ¿Quién creéis que era?

Muy bien ¿Un hijo o una hija? En este caso sería una niña que más tarde se convertiría en una princesa.
Nueve meses más tarde llego el día tan ansiado por todos los habitantes del reino. La reina se puso de parto y nació la princesa. La llamaron Libertad. Pero no todo fue de color de rosas, algo debió de pasar después del parto y la reina no se encontraba bien, perdió mucha sangre y carecían de medios para ayudarla. Pablo, muy preocupado, hizo llamar a todos los curanderos, médicos y brujos de los reinos pero nadie pudo conseguir que la reina mejorara. Probó todo lo habido y por haber para sanarla, removió cielo y tierra en busca de una cura para su amada esposa, pero nada pudo hacer.

Dicen que fue una noche oscura, la noche más oscura que jamas se ha visto nunca en la faz de la tierra, cuando la reina hizo llamar al rey Pablo a sus aposentos. La reina Marina yacía en la cama tapada con muchas mantas y sin fuerza alguna.

- Pablo, amado mio – dijo Marina con el poco aliento que le quedaba – Una vida se va para dar comienzo a otra.
- No digas eso, te pondrás bien – chillo Pablo entre lágrimas- verás como en unos días gozarás de buena salud otra vez junto a nuestra hija.
- No lo dudes amor mio- susurró la reina entre lágrimas- Lo haré, siempre estaré presente en vuestras vidas pero no en cuerpo, sino en vuestros corazones y mentes. Solo te voy a pedir dos favores antes de marchar.
- ¡Lo que desees amor mío!- exclamó el rey Pablo.
- El primero es que seas tan feliz como lo hemos sido juntos. Si conoces a otra mujer, que sea más hermosa por dentro de lo que aparenta por fuera. El segundo es que cuides de nuestra querida hija como has cuidado de mí. Con todo el amor, cariño, comprensión y respeto que nos hemos tenido durante todos estos maravillosos años. Que le hables de mí y cuando llegue el momento oportuno le regales estos tres objetos.

¿Qué creéis que le regalo la reina a su amado rey?

En primer lugar le dio una cadena de oro muy fina. De esas que se ponen al cuello, solo que de esta colgaba una llave muy pequeña.

El segundo objeto era un libro. Pero no cualquier libro. Era el libro personal de Marina, una especie de diario donde expresaba todos sus sentimiento y vivencias hasta sus últimos días. Todo su ser metido en un libro.

El tercero fue una peineta preciosa, con detalles de plata y oro, en la que se podía ver claramente un nombre escrito: Marina.

Los años pasaron, las hojas de los árboles miles y miles de veces cayeron y las nubes negras fueron alejándose del reino de las mil y una maravillas. Pablo cumplió su promesa y fue un padre ejemplar que cuidó de Libertad como a nadie en este mundo. Libertad gozo de todo el amor y cariño, y así es como se fue convirtiendo en una mujer más bella y hermosa que su madre. Tanto por dentro como por fuera.

Libertad lucía un precioso cabello largo de color rojizo como su madre y ojos azules como su padre. Era una chica alta y muy inteligente, a todas horas rodeada de libros. Su padre siempre le hablaba de su madre, lo mucho que se parecía a ella y, sobre todo, la pasión que había heredado por los libros y esa sed de conocimiento insaciable que caracterizaba a las dos damas mas bellas del mundo. Al contrario de su madre, a Libertad le gustaban las joyas y los vestidos preciosos. Estos gustos los había heredado de su padre el rey Pablo.

El tiempo pasó y las hojas de los árboles miles y miles de veces brotaron. Pablo se volvió a enamorar de una reina llamada Zintia y su pelo, poco a poco, se fue volviendo gris. La vida en el palacio era inmejorable, tal es así que una nueva vida comenzó a brotar dentro del vientre de la nueva reina Zintia. Libertad estaba encantada de poder tener otro hermano junto con Zintia, que tanto amor y cariño le aportaba.

Un día el rey Pablo se reunió con su hija para hablar de su futuro.

- Hija mía, ¡Cómo has crecido! Parece ayer cuando viniste al mundo y... ¡Mírate ahora! Eres una mujer echa y derecha, la bella imagen de tu madre. Hoy es el día en que cumples 16 años, el día en el que tu madre y yo te hubiéramos hecho un regalo especial. Antes del trágico fallecimiento de nuestra amada Marina le prometí que te protegería, te amaría y te ofrecería los regalos que ella me dio para entregártelos en un momento especial. Hoy es el día en que te entrego esta peineta que perteneció a tu madre.

Libertad se echó a llorar de la emoción, una tristeza y felicidad inundaban sus pensamientos. Sin pensárselo dos veces se soltó la melena y se colocó la peineta haciéndose un moño digno de la princesa más bella de todos los reinos.

- Mírate, que guapa – dijo el rey mientras se le escapaba una lágrima- la mujer más hermosa del planeta... y es mi hija. Agraciado será el hombre que se case contigo como lo fui yo con tu madre. Deberíamos comenzar los preparativos para que un día te cases con un apuesto príncipe y seas feliz en su reino.

Libertad se sorprendió ante las palabras de su padre. ¿Casarse? ¿Por obligación? ¿Con un desconocido? ¿Como en aquellos libros de amor donde la princesa es sometida a una elección sin conocer al príncipe? ¿Como si el amor surgiera de un día a otro? ¿Y además dejar el castillo? ¡NO! Libertad se negó rotundamente.

- Pero vida mía, no hay más elección que esta – le dijo el rey Pablo- Es la tradición. El príncipe te escogerá a ti y tú deberás corresponderle.

Libertad se negó una y otra vez, pero su padre el rey Pablo, a pesar del dolor que le producía, no le dejo opción. Debía cumplir con la tradición y con su obligación como princesa.

Así es como Libertad, en un momento de desesperación y por no desobedecer a su padre, asintió con la cabeza mientras maquinaba una misión imposible. Por lo menos hasta que encontrara a su amor verdadero.

- Bien padre, obedeceré y cumpliré mis obligaciones siempre y cuando cumplas con las tuyas. Quiero que me prometas que cumplirás mis tres deseos para poder cumplir con mis obligaciones y ser la reina perfecta de todos los reinos.

- Tus deseos son órdenes, mi amor – dijo el rey.

- Bien. En primer lugar, quiero y deseo el libro más preciado del mundo. Un libro inédito, es decir, un libro que jamas se ha publicado. Escrito por la mujer más grandiosa sobre la faz de la tierra. Que esté escrito con tanta pasión que me llene de alegría y a su vez rompa a llorar por cada palabra que lea.

El rey Pablo se quedó sin palabras ante tal petición de su hija, pero en cuestión de unos minutos, una sonrisa de oreja a oreja iluminó su cara. El rey salió corriendo y volvió con una bolsa entre sus manos entregándosela a su hija. Libertad, sorprendida, metió la mano en la bolsa y sacó un libro. Un libro que parecía sacado de un cuento de hadas. Con las portadas de madera maciza, filigranas de oro y con unas letras de plata donde se leía claramente el mismo nombre que brillaba en su peineta: Marina.

Libertad no supo qué decir. Estaba totalmente sorprendida ante la risa deslumbrante de su padre y el brillo que desprendía aquel libro que cumplía al cien por cien su deseo más profundo. Nunca pensó que su padre pudiera acertar en tal deseo en cuestión de unos minutos.

-Bien hija ¿cuál es tu segundo deseo?

- Yo...yo... yo... - tartamudeó Libertad – yo deseo que busques la llave que abra mi corazón, padre.

Fue entonces cuando los ojos de Pablo se iluminaron y su sonrisa se volvió tan grande que pareció salir un brillo deslumbrante. El rey Pablo metió la mano en su bolsillo izquierdo y la sacó con el puño bien cerrado. Su mano temblaba de nerviosismo y más aún la mano de Libertad cuando comenzó a abrir el puño de su padre; empezando desde el pulgar, siguiendo por el índice, corazón, anular y meñique. ¿Qué creéis que encontró?

La cadena de oro fina con la llave que su madre le dejó antes de su fallecimiento. Libertad no se dio cuenta, pero el libro tenía un pequeño cerrojo. Ese cerrojo solo se podía abrir con la llave que ahora colgaba de su cuello.

-Bien hija mía. Como ya te dije, tus deseos son órdenes y creo que los he cumplido todos a la perfección. ¿Cuál es tu último deseo?

Libertad estaba exhausta. Nunca pensó que tales cosas podrían existir porque nunca supo de su existencia. Pero su padre había cumplido sus primeros dos deseos. Y bien cumplidos. ¿Tendría que casarse con un desconocido? ¿Sin que ella lo quisiera? De ningún modo podía permitir eso.

- Bien. Mi último deseo, padre, es que me hagas un abrigo con las pieles de todos los animales del mundo.

Fue en ese preciso instante cuando al rey Pablo se le borró definitivamente la sonrisa de la cara, terminando el momento mágico que él estaba viviendo. Frunció el ceño y se fue diciendo aquellas palabras que se le quedaron grabadas por siempre a Libertad.

- Tus deseos son órdenes.

Libertad intentó respirar ante tantas emociones que no podía llegar a asimilar. Sin pensarlo dos veces corrió a su habitación y se encerró allí para leer el diario que su madre escribió. No salió de su habitación en semanas, ni si quiera para comer. La nueva reina Zintia fue la que le llevaba la comida puesto que el rey Pablo estaba demasiado ocupado en organizar y conseguir todo tipo de pieles para el abrigo de su querida hija. Tanto fue la obsesión del rey, que no se sabía si lo hacia por el deseo de su propia hija, por cabezonería o por la boda.

Fue un largo año de espera. Libertad estaba jugando con su nuevo hermano, Eduardo, cuando el rey Pablo llegó con esa sonrisa de oreja a oreja y una especie de manta enorme de diferentes pieles.

- Me costó pero aquí lo tienes, vida mía.

Libertad no supo qué decir. No sabía si huir corriendo o fingir alegría. Su padre enseguida le empezó a hablar de los preparativos de la boda, los príncipes que había elegido, etc.

Libertad no pudo pegar ojo esa noche. ¿Cómo le podía su propio padre obligar a casarse con un desconocido? No veía otra opción y decidió escapar esa misma noche. Cogió un saco de cuero, metió dentro los tres vestidos más hermosos, el libro, la peineta y la cadena con la llave. Se puso el abrigo de todo tipo de pieles tapando su rostro con la enorme capucha y se alejó del castillo por las zonas más oscuras para que nadie la viera. Cuanto más lejos estaba, más ganas de llorar tenía. Su hermano querido, su madre, todos sus recuerdos se quedaban atrás, pero la decisión ya estaba tomada. Jamás volvería al castillo.

Tras varios días de marcha sin descansar por el miedo a que la descubrieran, decidió viajar de noche y dormir de día. Así estuvo bagando por los bosques durante semanas, comiendo lo que encontraba y bebiendo de charcos y riachuelos. Libertad perdió la noción del tiempo, no sabía muy bien donde estaba, se encontraba muy débil y sobre todo cansada, muy cansada. Por suerte encontró un olivo enorme cuyo tronco tenía un gran agujero en medio. Como estaba amaneciendo decidió que lo más seguro sería descansar allí dentro.

De repente unos ladridos la despertaron. Cada vez los oía más y más cerca. Libertad decidió no moverse. ¿Podrían ser los guardias del castillo que venían a buscarla? Sin darse cuenta tenía a los perros encima ladrando muy fuerte. Uno de ellos saltó y consiguió morder una esquina del abrigo, y comenzó a tirar de el. Libertad comenzó a asustarse mucho y pidió auxilio a grito limpio.

Unos hombres con escopetas se acercaron y apartaron a todos los perros. Eran los dueños de los perros, que habían salido a cazar. Ayudaron a Libertad a salir de aquel agujero sorprendidos de haberse encontrado a aquella muchacha cubierta de pieles en el bosque.

Un joven apuesto se acercó a caballo hasta donde estaba Libertad cubierta con su abrigo.

- ¿Qué sucede aquí? Preguntó el apuesto joven.
- Señor, los perros apresaron a una muchacha que esta cubierta de pieles. Parece que está mal nutrida y, como puedes, ver está llena de barro.
- Y que hacéis ahí parados. No veis que necesita ayuda. Llevarla al castillo y allí le buscaremos algún oficio para pueda ganarse la vida.

Libertad no dijo nada. Una vez en el castillo, le ofrecieron todo lo necesario para que se aseara, una habitación donde solo entraba la cama y un oficio como ayudante de cocina en el castillo.

Libertad nunca rebeló su identidad a nadie. Es más, nunca se quitaba el abrigo de las mil pieles, ni la capucha que cubría su rostro, lo que le dio el nombre en palacio; la llamaban la chica del abrigo de pieles. Sus días transcurrieron con toda normalidad. Poco a poco, comenzó a aprender a pelar patatas, a despiezar la carne, limpiar todos los utensilios de la cocina... Con el tiempo se ganó la amabilidad y el respeto de todos las personas de la cocina. Había días, incluso, que el cocinero le enseñaba a cocinar para los reyes.

Un buen día, Libertad salió a rellenar las vasijas de agua al patio. Sin darse cuenta, un hombre se le acercó, al girarse chocó con él y se le resbaló la vasija mojándole todos los pies.

- Perdóneme señor – exclamo Libertad sin alzar la mirada del suelo
- No pasa nada chica del abrigo. Veo que le va bien en sus nuevas tareas encomendadas ¿no es así?

El caso es que aquella voz le era conocida. Libertad intrigada se agachó a coger la vasija y aprovechó para ver de reojo a aquel hombre. Era un hombre joven, fornido, muy guapo, de piel morena, unos ojos verdes como la hierba de primavera y el pelo castaño oscuro. Llevaba unos ropajes fuera de lo común, muy elegantes.
-Veo que a pesar de llevar el rostro tapado con esa capucha, eres una chica de pocas palabras. ¿La estancia aquí es de su agrado? ¿Quién diría que aquella chica que encontramos perdida se ganaría tan rápido el respeto de todos los de la cocina? Muy bien, sigue así.
- Si, si, si gra..gracias señor- tartamudeo Libertad del nerviosismo. Aquel hombre tan apuesto fue quien la rescató de vagar por los bosques ¿Pero quién era?

Cuando entró a la cocina, Libertad le contó todo al cocinero. Éste no paró de reírse, diciéndole que aquel apuesto hombre era el príncipe. El príncipe de hoy y el futuro rey del reino. Desde aquel día Libertad no dejó de escuchar su voz por los pasillos, de vez en cuando le observaba pasear por los jardines incluso llegó a soñar con él.

Un buen día, mientras Libertad limpiaba en la cocina, entró uno de los consejeros del rey junto al jefe de cocina. Comenzaron a apuntar todo lo que había y no había en la cocina, venga a hablar de un baile, de que no podía faltar de nada, que todo debía de estar perfecto... Cuando el consejero se marchó, el jefe de cocina nos anuncio la llegada del baile real. Un baile que se celebraría en el castillo para que el príncipe escogiera a su princesa. Un baile que duraría tres largos días, donde no podía faltar de nada.

Libertad se apresuró y comenzó a trabajar junto a todos sus compañeros, para que todo saliera perfecto. Al caer la noche siempre recordaba a aquel hombre, el príncipe, y deseaba participar en el baile, bailar con él, pero ¿Cómo podría hacerlo?

Llegó el día y todo el castillo estaba preparado para acoger a todos y todas las personas que acudieron de otros reinos al maravilloso baile real. Todo el mundo estaba contento y de fiesta. La paz reinaba en el castillo aunque, en la cocina, no paraban de trabajar. Cuando terminaron de cocinar todo, Libertad le suplicó al cocinero que por favor le dejara acudir al baile solo por un tiempo para ver como era. El jefe de la cocina no se pudo negar, pero solo con una condición, que regresara pronto para terminar y servir el caldo a su príncipe como cada noche.

Así es como Libertad, emocionada, corrió a su habitación, se desprendió de aquel abrigo y se puso uno de los vestidos más preciosos que tenía. Se recogió el pelo y se hizo uno de los recogidos más bonitos que jamás se habían visto. Acabó adornando su peinado con la peineta de su madre. Con un vestido plateado que le quedaba como anillo al dedo, parecía una autentica princesa. Cuando llegó al baile nadie la reconoció, eso sí, todo el mundo la miraba de lo bella y hermosa que estaba. Libertad buscó al príncipe pero no lo encontró. Estaría demasiado ocupado entre tantas damas que querían bailar con él. De repente noto una presencia detrás.

- Me concedería este baile preciosa dama.

¡Era él! ¡El príncipe le había pedido un baile! Así es como empezaron a bailar y bailar en aquel salón tan grande, abarrotado de gente, pero a su vez pequeño y muy íntimo. Se olvidaron de todo lo que les rodeaba. Fue algo increíble, maravilloso. Libertad no recordó haberse divertido tanto nunca. Pero, como todo lo bueno, el baile terminó. Libertad le prometió al cocinero que no tardaría, debía estar en la cocina antes del toque de queda.

Sin decir palabra Libertad se escabullo entre la multitud, se echó el abrigo de mil pieles encima y entró en la cocina. El cocinero, preocupado, apresuró a la muchacha puesto que tenía que prepararle el caldo al príncipe. Libertad se dio mucha prisa y preparo el caldo más rico que jamás se ha cocinado en la faz de la tierra. Aquel día no solo le puso gran empeño, sino que lo hizo con el mejor ingrediente de todos: mucho amor.

Una vez preparado todo, Libertad fue en persona a darle el caldo al príncipe. Se aseguró de estar bien tapada con el abrigo para que no le reconociera y así fue. El príncipe le cogió el cazo con el caldo y se lo tomó muy despacio, saboreando aquel delicioso caldo que le sabía a gloria, mientras seguía pensando en aquella muchacha del baile. De repente algo se le quedó en los labios. Era un pelo rojo muy largo. En un principio el príncipe se enfureció ¡Un pelo en mi caldo! Pero al ver que era de color rojo, le recordó a aquella bella muchacha con la que rió y bailó durante toda la noche y todos los males se esfumaron.

Al día siguiente se repitió la historia. Libertad le suplicó al cocinero que por favor le dejara ir al baile. Éste, enfadado por haber llegado tarde el día anterior, se lo pensó dos veces, pero no se pudo resistir y le dio otra oportunidad, siempre y cuando no llegara tarde para repartir el caldo.

Libertad de nuevo corrió a su habitación. Se soltó aquel cabello de color rojo, se puso un vestido dorado que desprendía una luz tan deslumbrante como el sol y se marchó al baile. Nada más entrar al salón del baile le vio, allí estaba. Apuesto, elegante, desde una silla mirando a la puerta sin casi pestañear. Sus miradas se cruzaron a la vez que una sonrisa les iluminaba la cara al unísono. Como si se tratara de un cuento de princesas, un pasillo se abrió entre la multitud. El príncipe saltó de la silla y Libertad se acercó a ella. Esta vez fue Libertad quien le habló.

- Me concedería este baile, mi señor.

El príncipe sonrió y con mucha elegancia comenzaron a bailar. Rieron, charlaron juntos, disfrutaron y así es como de nuevo se le hizo tarde a Libertad. Sin decir nada se escabulló, se tapó con el abrigo de las mil pieles y entre los gritos del cocinero comenzó a preparar mas rápido que nunca aquel maravilloso caldo que preparó con más amor aún.

Libertad se apresuró. Subió a los aposentos del príncipe y le entregó el caldo. El príncipe no dejaba de tararear aquella canción que bailó con aquella bella e inteligente muchacha. Se sentó y tomó aquel caldo que aún le supo más rico que el de el día anterior. De repente, notó algo en el caldo. ¿Una llave?
¿Que hacía esa llave en su caldo? El príncipe, desconcertado, decidió bajar a la cocina y, cuando llegó, se encontró a la chica del abrigo de las pieles a gatas revolviéndolo todo en el suelo de la cocina.
Pero antes de que pudiera preguntar nada entró el cocinero desviando la atención.

- ¿Qué hace usted aquí señor? ¿Necesita algo? ¿No le gustó el caldo?
- No, al revés, vine expresamente para felicitarte por ello ¿Quién lo ha hecho?
- Yo mismo señor- le aseguró el cocinero.

El príncipe dudó y le preguntó de nuevo – ¿Es cierto que lo hiciste tú?- El cocinero asintió con la cabeza y el príncipe le felicitó nuevamente, volviendo a subir a sus aposentos.

Llegó el último día del baile y de nuevo Libertad al cocinero suplicó poder ir al baile. Éste no se pudo negar puesto que los méritos de haber cocinado el caldo se los había llevado él. Solo que esta vez fueron dos las condiciones; una que regresara a tiempo y dos que le preparara un caldo aún más delicioso al futuro rey.

Así fue como otra vez se vistió con aquel vestido rojo precioso, se puso un peinado de lo mas espectacular con aquella peineta de envidiar, y se lanzó a por todas en aquella pista de baile. Libertad no encontró al príncipe, lo buscó en todas partes pero no lo encontró. ¿Habría encontrado a otra? Libertad, sin pensárselo dos veces, salió de aquel salón hacia una terraza que daba al exterior para tomar el aire y relajarse. De pronto, allí estaba su príncipe, mirando desde el balcón a la entrada para ver cuando entraba aquella chica pelirroja. Al verse sonrieron y de nuevo comenzaron a disfrutar y bailar juntos.

Pero, como todo lo bueno, duró poco y Libertad se tuvo que volver a marchar. Pero esta vez el príncipe insistió que se quedara más tiempo. Libertad no supo como escapar de allí, le había prometido al cocinero que no tardaría, pero no pudo negarse a un último baile ante aquel príncipe que ocupaba todas las horas de su mente.

Fue después de este baile cuando Libertad, con la escusa de tener que ir al baño, aprovechó para ponerse el abrigo de las mil pieles y la capucha por encima del vestido y correr a la cocina a preparar el caldo. El cocinero estaba que echaba humo por las orejas. Libertad cocinó a toda prisa el caldo y subió a los aposentos del príncipe.

Una vez allí no encontró a nadie. Entró en la habitación y para su sorpresa se encontró en la mesa del escritorio un pelo rojo y el libro de su madre cerrado. Asustada se giró y ¡PUM! !CHOCÓ DE FRENTE CON EL PRINCIPE! DERRAMANDO TODO EL CALDO A SUS PIÉS.

Libertad, avergonzada, le pidió mil y una veces perdón, mientras secaba con el abrigo el caldo derramado. Para el asombro de Libertad se escuchó una gran carcajada.

- JAJAJAJA... Espero que nunca me dejes de sorprender, pero eso sí ¿Dejarás algún día de mojarme los pies?

El príncipe le ofreció la mano para levantarse. Libertad se levantó pero no podía mirarle a la cara. Fue entonces cuando el príncipe le tocó la barbilla y comenzó a subírsela muy despacio. Libertad sintió un escalofrío desde los pies hasta la cabeza y sus miradas se cruzaron. Por un instante pudieron verse tal y como eran por dentro, a través de esa forma de mirar que solo ellos tenían.

- ¿Puedo? - Le pregunto el príncipe apartando un poco la capucha.

Libertad se negó. Por un instante tuvo miedo de perder todo aquello que tenía.

- Toma, creo que esto te pertenece, al igual que te pertenecen las cosas que hay en la mesa del escritorio- dijo el príncipe.

Libertad no se lo pudo creer. Era la llave que había perdido. La llave que habría su corazón estaba en las manos del príncipe. Fue entonces cuando Libertad se armó de valor y se quitó el abrigo mostrando aquel vestido rojo.

Desde aquel día la sonrisas de aquellos dos tortolitos no dejaron de iluminar los corazones de todos aquellos que lo veían... Porque aquel que no lo veía es porque no quería verlo.

Y colorín colorado, así como os lo he contado, en todos estos tiempos ha perdurado.

1 comentario:

  1. Precioso, Aitor. Has convertido un cuento folclórico en una obra de arte... tienes la virtud de hacer VER al lector... si le cuentas así la historia a tus alumnos, lo van a flipar.

    En cuanto a la entrada... te ha faltado decir para qué edad lo has adaptado (tiene que ser para 5º-6º por la longitud porque, aunque narrado se agiliza, es muy largo para los más pequeños) y argumentar los cambios en relación a los receptores.

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